Editorial

La situación del editorial en la sección de opinión, a la que abre y preside, pone de manifiesto la importancia que se le concede y la trascendencia que tiene. El editorial recibe asimismo un tratamiento tipográfico de distinción con respecto a los restantes textos de la sección tanto en el tipo o tamaño de letra como en la extensión de la columna.

La ubicación concreta del editorial en el periódico depende del lugar que ocupe la propia sección de opinión. Mientras que en algunos diarios ésta aparece en las primeras páginas, en otros se prefiere incluirla en las centrales. De cualquier manera, son opciones que suelen cambiar a lo largo de la trayectoria del periódico.

Aunque el editorial tiene carácter anónimo, por no llevar firma, es de destacar la estratégica colocación de la mancheta con los nombres y cargos del equipo directivo del periódico junto a él, cumpliendo, en cierto modo, la función de rubricarlo. Cabe señalar igualmente que el editorial, debido al hecho de no llevar firma, es un género específico del periodismo escrito. Tanto en los espacios radiofónicos como en los televisivos las opiniones que se emiten se encuentran siempre avaladas por la autoría de quien las expresa

No existe un criterio fijo en cuanto al número de editoriales que se hayan de publicar a diario. En el extranjero, hay periódicos que publican uno, y otros, hasta tres. Incluso los hay que no publican ninguno y otros que lo hacen en días alternos. En nuestro país, estas últimas posturas constituyen excepciones. Sin embargo, en la prensa norteamericana es más frecuente encontrar diarios que no incluyan editoriales.

El estilo del editorial responde al denominado de solicitación de opinión (Dovifat, 1959: I, 129) o editorializante (Martínez Albertos: cap. 13), propio, no sólo del editorial, sino también de la mayor parte de los textos de opinión.

Aunque existe una predisposición general entre los expertos en estas cuestiones a propugnar una gran libertad de expresión literaria al redactar artículos editorializantes, en el caso del editorial propiamente dicho se observan ciertos preceptos en relación con su lenguaje y especialmente con la estructura interna de su desarrollo.

El editorial, al actuar como portavoz de la conciencia del periódico en que se inserta, suele distinguirse por su tono contenido y su seriedad lingüística. Por eso, ciertos giros desenfadados, toques humorísticos o desgarrados que pueden tener cabida en un comentario, un ensayo, una crónica o una crítica, no se admiten fácilmente en el editorial.

El editorial, al consistir en una toma de posición acerca de una cuestión debatida ante la que se perfilan actitudes y opiniones públicas diversas, también presenta, por regla general, otras notas estilísticas (claridad, concisión y, a ser posible, brevedad) afines a las que definen el estilo informativo, con lo que el lector se encuentra en condiciones de captar sin excesivo esfuerzo la postura patrocinada por el periódico.

Al redactar esta clase de textos debe quedar eliminada la utilización del yo del escritor, ya que quien razona y opina en el editorial no es un periodista determinado, sino el periódico en bloque como institución social de innegable personalidad política, lo cual explica el tono mayestático que se adopta en ocasiones, del que no conviene abusar porque podría llegar a incurrir en el engolamiento y la ridiculez.
 
Hay estudiosos que advierten un paralelismo entre el esquema del editorial y el de las sentencias judiciales, con el siguiente orden de exposición:
a) Los hechos que dan pie al escrito y ofrecen la oportunidad de exponer un determinado juicio orientador al servicio de la opinión pública (los resultandos de las sentencias judiciales)b) Los principios generales aplicables al caso, las normas doctrinales y teóricas que arrojan luz sobre el tema (los considerandos de las sentencias judiciales)
c) La conclusión correcta que debe emitirse a la vista de los principios generales y teóricos (el fallo de las sentencias judiciales)
 
 
Sin embargo, otros especialistas consideran más indicado para el proceso de razonamiento del editorial el esquema que tiene en cuenta la lógica y como arma el silogismo, integrado por:
a) Premisa mayor general; b) Caso concreto; c) Conclusión deducible.
Aunque en el editorial no es exigible el mismo grado de rigor que en la lógica, con asidua frecuencia se llega a la figura del silogismo conocida como dilema, por la que, con independencia de los argumentos que se adopten, siempre se condena la actitud analizada.
De cualquier manera, sea cual sea el esquema elegido, el tema se ha de afrontar de entrada, sin párrafos introductorios o preámbulos evasivos con los que se pueda desviar la atención del lector. De no cumplirse este requisito, el editorial incurrirá en el defecto de quedarse en un simple rodeo aproximativo a lo que se intenta comunicar.
Entre los rasgos comunes del estilo de solicitación de opinión, especialmente en el editorial, se encuentra la preocupación por construir el texto sobre la base de un comienzo y un final reflexivamente elaborados. Si en el primer párrafo el editorialista descubre el tema general que le ha movido a escribir, en el final debe dejar bien clara la conclusión o solución que da al problema. Las transiciones de unas partes a otras han de ser lógicas y coherentes, sin grandes saltos o cambios que dificulten o entorpezcan la comprensión.

En el título del editorial predomina normalmente la función representativa, seguida, en ocasiones, de la expresiva y la conativa. Es necesario que en el título, que suele ser muy breve, se haga referencia al aspecto más importante del tema que se desarrolla en el texto. Resulta inadmisible anunciar algo en el titular que no esté contemplado en el texto.
 


FUNCIONES

El editorial puede cumplir diversos cometidos. Se decante o no por uno de ellos, siempre se encuentra ligado a la actualidad, ya que su relación con un hecho reciente es lo que le otorga su carácter de mensaje periodístico y lo aleja de ser considerado como un ensayo breve. Teniendo en cuenta la clásica formulación del periodismo norteamericano, podemos asignarle con Luisa Santamaría (1990: 65) las cuatro funciones siguientes:

a) Explicar los hechos. El editorialista destaca, de la manera que juzga más adecuada, la importancia de los sucesos del día, explicando a los lectores, por ejemplo, cómo ha ocurrido un hecho, qué factores han intervenido en el cambio de actitud de un gobierno o en qué forma unas nuevas medidas podrán afectar a la vida social y económica de una comunidad.
b) Dar antecedentes. Además de reconocer la importancia de un hecho determinado, el editorialista lo sitúa en su contexto histórico, relacionándolo con otros ocurridos anteriormente. Al analizar la tendencia a corto plazo de los acontecimientos, procura resaltar su continuidad, ofreciendo, en ocasiones, paralelismos sumamente instructivos y orientadores para el lector.

c) Predecir el futuro. Tras analizar los acontecimientos presentes, el editorialista siente la necesidad predecir, partiendo del hoy, los hechos del mañana que ve como inevitables a la luz de la experiencia de situaciones similares, siguiendo unas normas de razonamiento lógico.

e) Formular juicios. Los editorialistas, dada su condición de guardianes no oficiales de la conciencia pública, emiten juicios de valor, como cualquier otro intelectual, defendiendo su postura al dar cuenta a los lectores de lo que consideran que está bien y lo que está mal en el mundo.
 


En el editorial, al no tratarse de un texto informativo, si bien se informa del acontecimiento acerca del cual se va a opinar, el redactor no se detiene en la narración de los hechos. Los datos informativos que proporcione servirán al lector de recordatorio de lo acontecido con el fin de centrar mejor el tema o de hilo conductor de su opinión sobre diversos aspectos parciales de lo que ha ocurrido.
En el editorial también se explica el tema, al ofrecer una presentación articulada y relacionada de los acontecimientos con vistas a la comprensión del sentido que tienen. Asimismo, cuando se pone de relieve la significación escondida de los hechos, se conjugan las informaciones procedentes de distintas fuentes en una interpretación unitaria.

El editorialista indaga sobre lo que los hechos de hoy pueden llegar a significar mañana, distinguiendo lo que hay de pasajero y accidental en ellos de lo que es decisivo y generador de consecuencias, los valora, los enjuicia, expone los argumentos que considera pertinentes y trata de convencer al lector de sus ideas.

En algunos editoriales, ante la trascendencia de un tema determinado, se hace un llamamiento a la acción, buscando la respuesta del público, especialmente en períodos electorales. Éstos, situados después de otros de tono más bien explicativo o persuasivo, se presentan como el broche final de cuantos forman parte de una campaña en pro o en contra de alguna causa importante para el periódico, reflejando claramente su línea.

Los juicios de valor contenidos en los editoriales sobre lo que en la publicación se considera que está bien o mal los convierten en una especie de guardianes de la conciencia pública. Este papel se puede desarrollar con un tono crítico, creándose una imagen de imparcialidad e independencia ante todo tipo de poder, dependiendo de ello su autoridad moral para juzgar las cosas desde una posición neutral.

En el editorial con frecuencia también se adopta un posicionamiento en pro de un equilibrio permanente en el sistema, exhortando al cumplimiento de las normas, aportando experiencias previas que sirvan de ejemplo, llamando a la concordia, con un tono reflexivo que se convierte en ocasiones en paternal, o incluso, coincidiendo con el de un gobierno determinado, contribuye a la difusión y defensa de una postura política concreta.
 


CLASIFICACIÓN

Las clasificaciones más frecuentes que nos ofrecen los manuales de periodismo guardan una estrecha relación con las épocas en que el editorial ejercía una acción casi exclusivamente persuasiva, llevada a efecto con una cierta carga de ideología y argumentos contundentes. Desde esta perspectiva, se pueden citar los siguientes tipos de editorial:

a) Expositivo. El editorialista enuncia hechos conectados desde un punto de vista particular, sin añadir conceptos que revelen una posición abiertamente definida, ofreciendo al receptor un muestreo seleccionado de elementos de juicio.
b) Explicativo. Manifiesta las presuntas causas de determinados acontecimientos y los analiza con vistas a una comprensión clara de las interrelaciones de sus elementos.

c) Combativo. Característico de las posiciones doctrinarias, en pugna ideológica unas con otras, constituye un instrumento de lucha de clases o arma de reivindicaciones sindicales. Se vale de la denuncia oportuna, de la explicación unilateral o de la exposición de motivos y hechos cuidadosamente seleccionados. Acentúa la protesta, la condena o la oposición intransigente, en una lucha desenfrenada por la captura de adeptos.

d) Crítico. Hace las veces de juez en nombre de la opinión pública, mostrando cuidadosamente ante el ente abstracto que dice representar una imagen de imparcialidad e independencia absoluta. Es el editorial preferido por los periódicos que se proclaman a sí mismos "órgano independiente".

e) Apologético. Divulga en el tono más apasionado posible las bondades de un sistema de gobierno.

f) Admonitorio. Con un tono sereno, reflexivo y, en muchos casos, paternal, exhorta al lector al cumplimiento de ciertas reglas; lanza advertencias contra los peligros; aporta ejemplos de experiencias anteriores, y hace llamamientos al orden y la concordia.

g) Predictivo. Sobre la base del análisis de situaciones, diagnostica resultados de índole social y política; anota posibilidades con fundamentos estudiados, casi científicos, y utiliza el método de interpretación causal determinista.
 


Por esta vía, resultaría muy difícil agotar el repertorio de posibilidades del editorial. Cada periódico organiza sus espacios con un criterio personal e individualista, teniendo en cuenta la importancia del editorial para mostrar al público la imagen del perfil ideológico, político, empresarial, etc., que el diario quiere ofrecer de sí mismo.
Por ello, otros autores, como Domenico de Gregorio (1966), consideran que la elaboración formal del contenido del mensaje periodístico responde, en última instancia, a tres actitudes subjetivas diferentes del redactor ante la noticia, que originan tres tipos fundamentales de estilos característicos de estos textos:

a) Didascálico. El periodista se expresa ex cáthedra, como corresponde a quien expone con la seguridad y certeza de que cuanto dice debe ser creído necesariamente por los lectores y con la presunción de que éstos van a aceptar pasivamente todo lo que se les razona y argumenta. Este estilo es una herencia del siglo pasado y continúa siendo utilizado en gran parte de la prensa europea.
b) Objetivo. El redactor expone los hechos y los principios manteniendo una actitud distante, sin llegar a emitir su propio juicio. Este estilo se desarrolla especialmente en la prensa norteamericana, en periódicos de claro predominio comercial, centrados en la expansión económica de la empresa mediante la captación de un número cada vez mayor de anunciantes.

c) Interpretativo. Es el que goza de mayor prestigio en la prensa actual. El emisor procura proporcionar todos los elementos necesarios para el mejor conocimiento del tema con el fin de orientar la opinión de los lectores hacia unas conclusiones que apunta levemente, sin pretender convertirlas en tesis definitivas.
 


Para evitar confusiones terminológicas, José Luis Martínez Albertos, en lugar de estilos periodísticos, habla de modos de elaboración formal de los contenidos del mensaje, y advierte que las actitudes psicológicas señaladas por Domenico de Gregorio para toda tarea periodística tienen especial aplicación en el campo concreto del editorial, distinguiendo dentro del estilo de solicitación de opinión las tres variantes siguientes de editoriales:
a) Polémico. Consiste en un comentario mediante el cual se trata de rebatir las posiciones contrarias de un autor, una corriente de opinión o un estado general de cosas, desmontando sus tesis, y convencer al lector por la vía de la argumentación.
b) Interpretativo. El editorialista estudia minuciosamente los hechos y las declaraciones que constituyen el tema central del editorial, esforzándose por aportar al lector todos los elementos de juicio que le permitan entender el núcleo del problema para exponer después su toma de posición subjetiva. En el lenguaje de este tipo de textos, más técnico que dogmático, los datos científicos son el arma más poderosa para la argumentación del comentario.

c) Objetivo y analítico. Es una modalidad muy parecida a la anterior, de la que se diferencia en que la toma de posición del editorialista se presenta muy desvaída y comprometida, como si tuviera reparo en formular su juicio terminante.
 


EDITORIAL Y GÉNEROS DEL DISCURSO
Entre esta categorización de los editoriales y los géneros clásicos del discurso propuestos por Aristóteles en la Retórica se percibe un paralelismo. Atendiendo a la finalidad del discurso y a las relaciones que se pretende establecer entre el emisor y el receptor o bien entre el orador y el oyente, se distinguen dos tipos de discursos:

a) Los que tratan de asuntos pendientes o en litigio para los que se solicita la participación del público oyente como árbitro.
b) Los que tratan de asuntos ciertos y acabados y el oyente no es más que un espectador que goza pasivamente con el resultado del interés estético del oyente en el asunto (res) y la formulación literaria (verba) del discurso.
 


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